En 1978 se produce un golpe de Estado en Afganistán, instaurándose de un régimen comunista liderado por intelectual, revolucionario y estadista Mohamed Taraki, líder del Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA). La base de su gobierno fue una reforma agraria que implicó la creación de cooperativas agrícolas. En el aspecto social buscó implantar el laicismo, iniciativa que chocó con férreas resistencias frente a la estructura social del feudalismo autóctono afgano. De este modo, a lo largo de 1979 comenzaron a formarse guerrillas que derivaron en la rebelión de los muyahidines, fundamentalistas islámicos. Esto y la división que existía en el seno del PDPA, llevó al golpe de Estado del primer ministro Jafizulá Amín, quien derroca a Mohamed Taraki y ordenó su ejecución en una fecha incierta.
Preocupado por el surgimiento de las guerrillas islámicas, y su probable expansión por las repúblicas islamitas sovieticas vecinas, y la ferviente ambición de contar con una ruta directa al petroleo de Irak-Iran Moscú moviliza tropas y se pone en marcha la invasión de Afganistán por parte de tropas soviéticas el 25 de diciembre de 1979.
Más de cien mil soldados soviéticos ocuparon el territorio afgano, unos dos mil carros de combate y un indeterminado numero de helicópteros Mi-8. Frente a ellos tenían a un enemigo fanático y obstinado pero que, a diferencia del Vietcong (Guerra de Vietnam), no contaba con un mando unificado y sus acciones no obedecían a una estrategia bien planificada.
Las dificultades del terreno montañoso, carente de carreteras para rápidos traslados de tropas y equipamiento, el fanatismo de la guerrilla y el suministro de armas por parte de los Estados Unidos llevaron a la prolongación y estancamiento del conflicto, con numerosas bajas para la Unión Soviética. Los guerrilleros contaron también con apoyo de otros países como China y Pakistán, e incluso con combatientes voluntarios musulmanes de diversas nacionalidades. De ahí que su área de mayor resistencia estuviese situada en los valles fronterizos con Pakistán, asegurándose así las rutas para la recepción de armamento y material extranjeros. Así mismo, cada vez más afganos se unieron a las filas guerrilleras al creer que el Gobierno de Kabul no era más que un títere de Moscú.
Casi 3 millones de afganos habían huido a Pakistán y otro millón y medio lo habían hecho hacia Irán. La guerrilla reforzada con voluntarios árabes y musulmanes imbuidos de una ideología intransigente islamista (entre ellos el saudí Osama Bin Laden), mantuvo en jaque a un ejército soviético cada vez más desmoralizado.
Finalmente en el marco de la perestroika, Gorbachov decidió sacar a sus tropas de los que muchos denominaban el «Vietnam soviético». En 1988, la URSS, EE.UU., Pakistán y Afganistán firmaron un acuerdo por el que los soviéticos se comprometían a retirar sus tropas lo antes posible. Lo que efectivamente hicieron en 1989. La realidad es que los muhaidines no derrotaron a los soviéticos en el campo de batalla. Ganaron algunos encuentros importantes, principalmente en el valle del Panishir, pero perdieron en otros. Los soviéticos podrían haber mantenido ocupado Afganistán por bastantes años más, pero decidieron salir cuando Gorbachov consideró que la guerra había llegado a un punto muerto y no tenía sentido su alto precio en hombres, dinero y prestigio internacional.
Esto no abrió, sin embargo, un período de paz para el país. En 1992 las guerrillas islamistas asaltaron Kabul y se inició un período de luchas intestinas que culminaría con la toma del poder por los extremistas islamistas talibanes en 1996.